Con sólo recordarla ya nos causa alegría. Aquella casa que levantó mi abuela Jacinta era única.
De pequeños solíamos ir, a menudo, con la familia. Allí pasábamos largos ratos de charlas y paseos por el campo. Por supuesto, nos acompañaba la maravillosa comida que ella nos preparaba.
Nunca nos olvidaremos de cómo nos sentíamos estando allí.
Siempre entre risas, con nuestra familia y amigos, donde todo estaba impregnado de felicidad y buen comer.
Recuerdo que siempre jugábamos al escondite con nuestros primos, por los viñedos, hasta que escuchábamos a nuestra abuela gritando “Edu, Esteban, ya están las empanadillas”.
Hace un tiempo, que a cada uno la vida nos ha llevado por un rumbo distinto, no podía dejar de pensar en aquella casa y en todos los sentimientos que me provocaba.
Y así fue como quise volver a darle vida a mi infancia, con toda su esencia y naturalidad, para poder compartir todo aquello que yo viví gracias a mi Querida Jacinta.
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